miércoles, 25 de agosto de 2010

De viaje


Me largo.

El mar cercano canta a mis oídos una bella melodía que me hace dormir, me invita a relajarme, a respirar profundo, a desnudarme y dejar atrás la negativa actitud que me llevó corriendo hacia él.

Me duermo en la arena con el sol apoderándose de mi cuerpo, de cada curva, hueco, escondrijo, el sol hace erizar cada poro y contraerse mi vientre.

El viento llega a despertarme revoloteando mi cabello, subiendo mis vestidos, haciendo sonreír mi rostro y mi espíritu.

Doy un paseo a pie descalzo escuchando a Manuel hablándome de besos que sangran.

Avanzo, y sigo solitaria en esa arena caliente, a veces algunos se escabullen por los roqueríos pero al dar una segunda mirada ya han desaparecido.

La playa es enorme, de cuando en cuando Baltazar aparece corriendo con su chasca inigualable y sus largas orejas, corre hacia el mar y se devuelve, lo llamo y se va lejos.

Me tiendo nuevamente, me someto al hermano viento del atardecer, que a veces congela más de lo deseado.

Tomo un chaleco y lo pongo sobre mis hombros.

No me había percatado que llevaba un bolso, lo abro, tengo un mate y un termo.

Me preparo un mate dulce, lo sorbo y mi cuerpo se revitaliza.

Calzo mis alpargatas y sigo mi rumbo, de tanto caminar veo un atisbo de cemento, aunque no quiero hacerlo, continúo.

Giro en una esquina y yazgo en la ciudad, llena de personas, preguntándome cosas, acosándome, disponiendo de mi tiempo, jugando con lo que siento.

Personas que no me conocen y dicen hacerlo, personas que no quiero ver, personas que se rien con mis bromas y siguen haciéndolo con mi dolor.

Entre el tumulto, reconozco una mirada, un aroma, una voz, una carcajada y descubro cual es mi rumbo, lo sigo y el mar resuena en mi recuerdo, límpido, sublime, placentero.

El mar sigue ahí, en esa mirada, en esas ideas, en esa persona.

Volveré, cuando sea necesario.

Regresaré cada vez que esa mirada se tope con la mía.