sábado, 30 de octubre de 2010

¿Me quedo con las ganas?


Cada atardecer es el momento más burócrata del dolor,
ese dolor iluso que converge con la piel,
que se instala junto a la líbido
parafraseando nombres, inventando pieles,
solapando deseos, calmando la exitación.


Un dolor solitario que no tiene cuna,
con un sabor nuevo cada día
que se calma en la ducha,
o en los ritos culposos de autosatisfacción,
que no logra morir, solo aumentar.


La sensación dolorosa de la soledad
ya no tiene fundamentos en la falta de otro,
en la búsqueda de un compañero,
en mantener viva la ilusión,
en creer en los finales felices.


El dolor hoy se aposenta en la animalidad,
es el cuerpo el que reclama,
son las sábanas las peores testigos,
son los sueños rememorando cada encuentro,
es el despertar con el sabor en los labios.


La culposa sensación de ganas en el cuerpo femenino,
educado para tener sexo solo cuando hay amor,
que hay que respetarlo porque seremos madres,
porque debemos entregarnos solo cuando el hombre vale la pena.


¿Y si ninguno vale la pena?
¿Me quedo con el dildo de compañero?


Mientras me voy a la ducha,
a calmar mis dudas y mi cuerpo,
afirmando que me criaron para hacerlo con amor,
pero no para morir con las ganas.

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