viernes, 30 de octubre de 2009

"Ansias de tí"


Carolina estaba como todas las noches en su cama, sin poder dormir, miraba el techo de su habitación solitaria y de vez en cuando le echaba un vistazo al teléfono.
Sus manos sudaban del deseo incontrolable que sentía por llamar a ese hombre que unas noches anteriores la dejo tendida en su cama buscando respuestas a la sensación nueva que experimentó su piel, sus rincones, su amor propio.
Lleva años sola en su departamento y la mayoría de las noches las pasa acompañada por uno que otro hombre que la cautiva, despoja y sacude por unos segundos y que luego ella con la sutileza que la caracteriza despide a media noche, porque su sola presencia le asquea, prefiere verlos durmiendo a la intemperie que compartir su cama con ellos. Los toma, los usa, a veces los disfruta, otras se decepciona, pero ante cualquier evento la premisa es “se usa se va, ninguno se queda”.
Pero esta vez fue diferente, Andrés era de otra forma, la tomó de una manera distinta a pesar de que dicho encuentro fue netamente carnal, Andrés fue capaz de recorrer cada centímetro de su cuerpo, tomó sus pechos y los beso lentamente haciendo que sus pezones se erectasen sin verse grotescos ni sucios, toco su espalda palmo a palmo desde su cuello hasta llegar a su trasero, no la dio vuelta ni la puso en situaciones incomodas.
Paseó por sus piernas y sus pliegues, la tomó lentamente por la espalda, se poso sobre ella y comenzó a moverse, ella por primera vez no supo qué hacer y debió guardar todas sus armas de conquista sexual para dejarse llevar por este hombre que no era como los tantos otros cuerpos que había probado.
Carolina fue capaz de disfrutar cada segundo de ese encuentro, gozó de esos labios, se erizo con dichas manos y lo que más resonaba en su memoria era que en el momento del clímax Andrés miró sus ojos sin vergüenza, sin mentiras de amor, sin fingir ni actuar, sin perderse en su propio placer. Fue una mirada cómplice y fugaz, una mirada que caló hondo en su ser, una mirada sin sabor a enamoramiento o a rencor, una mirada nacida del instinto y del placer, una mirada que no podía olvidar.
Estaba Carolina enfrascada en esos pensamientos rememorando ese momento un poco excitada al recordar a Andrés posándose sobre su cuerpo cuando sonó el teléfono, ella un poco apremiada por la situación tomó el auricular y fingiendo naturalidad contesta:
- Hola, ¿quién es?
- Hola Carolina soy Esteban ¿cómo estás?.
- ¿Esteban?, disculpa pero no logro reconocer quien eres.
- Oh que tristeza, estuvimos hace unas semanas en un bar y luego me invitaste a tu departamento. Nos conocimos por una amiga tuya, Rebeca.
- Ah, hola Esteban, ¿cómo conseguiste mi número?
- Me lo dio Rebeca, le insistí porque tengo muchos deseos de verte.
- Disculpa pero estoy sin tiempo, déjame tu número y cuando pueda yo te ubico.
- No gracias, sé que no lo harás, ya me lo dijo Rebeca.
- Pfff, si ya lo sabes, entonces para que me llamaste, disculpa Esteban pero pierdes tu tiempo. Adiós
- Chao Carolina, de igual forma esperare tu llamado, te dejo un beso.
¡Qué mal momento para llamar! - pensó Carolina-, salió al balcón y encendió un cigarrillo, fue a su refrigerador y sacó una botella de cerveza muy helada para acompañar la noche calurosa y para aplacar la temperatura que tenía su cuerpo.
No podía dormir, ni creer que un día viernes estuviera en casa esperando una llamada que no llegaría, ya habían pasado un par de semanas de dicho encuentro y no había rastros de Andrés, solo su número y el orgullo de Carolina que le impedía buscarlo.
Terminó su botella, encendió otro cigarrillo y llamó. Su voz temblaba, hacía mucho tiempo que no tomaba la iniciativa con el objeto de establecer un contacto más allá de una noche o unas noches al mes.
Sonó ocupado y con ese deseo incontrolable de sentir nuevamente a Andrés se fue a la cama. En el calor de su cama a eso de las 3:45 de la mañana suena su celular, era un mensaje y era de Andrés. Carolina no podía creerlo, lo leyó y decía “sal al balcón, estoy esperándote”.
Salió rauda sin pensar ni preocuparse de la apariencia que tenía de recién despertada. Miró a todas partes y en un escaño de la plaza que estaba frente a su edificio estaba Andrés, con una chaqueta con su cuello subido fumando un cigarro moviendo con los pies el maicillo de la plaza.
Carolina bajo corriendo la escalera, lo miró y lo saludo una vez más fingiendo que nada sucedía en ella al verlo, es decir, nada especial como si pasaba.
- ¿Cómo estás; qué haces aquí Andrés?
- Bien Caro, vi tus llamadas perdidas y decidí venir a verte, la verdad pensé que no deseabas verme como lo nuestro fue tan fugaz y espere por semanas una llamada tuya, algún indicio para buscarte.
Carolina no supo que responder temía enfrascarse en una conversación que llevara a Andrés a convertirse en ese tipo de hombres que detestaba, que hablan y hablan de sus experiencias creyendo que conocen a todos los tipos de mujeres sin ser capaces de sorprenderse con la diferencia que ella podía entregarle.
- Pasemos a mi departamento Andrés, allá conversamos, mira que me estoy enfriando y Andrés para distender el ambiente le dice ¡fría tú, jamás! La risotada entre ambos los relajo y Carolina pensó “esto está pasando, debo cambiar mi lema, se toma se usa y esta vez se queda y para siempre”
Entraron ambos al departamento, se bebieron unas cervezas y conversaron trivialidades con sabor a chocolate, desde el clima a la televisión, de la política actual al sistema de transporte, pasaron la noche intentando darle sentido a la inmortalidad del cangrejo, hablando de amores y penas, de frustraciones, de utopías.
Se fueron a la cama encendidos por el deseo y con el alcohol de afrodisiaco, se besaron, tocaron, poseyeron, una y otra vez entre quejidos y miradas, sus cuerpos cómplices, sudados, entrelazados con piernas y brazos de soporte, besos y más besos, entremezclados con el sabor de ambos, húmedos y carnosos, cuerpos amándose y entregándose hasta la máxima expresión del placer.
Y allí estaban en la cama Carolina junto a Andrés, pero en un instante vino a ella una terrible sensación de echarlo de su lado y sacarlo de su cama.
Quizás no era tan fuerte el deseo de estar junto a él y sí era uno más, estaba perdida en esos pensamientos cuando su mirada se encontró con la de Andrés y este manteniendo fijo sus ojos le dice ¡tengo ansias de ti Carola, tengo ansias de quedarme aquí más de una noche!.
Carolina lo besa en la frente y se queda a su lado, buscando dentro de ella el deseo que unas horas antes la invadía, el deseo de que ese hombre la acompañase y no pudo dormir en esa búsqueda.
Volvió a mirar el techo de su habitación y se dijo a sí misma “no has cambiado nada Carolina, no has cambiado nada”.

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