lunes, 9 de agosto de 2010

Aferrada


"Podría morir en este instante"

He oído muchas veces esa frase, me remueve la piel y me eriza los pelos, esa grandiosa sensación de felicidad desbordante que estalla dentro del pecho y que recorre centímetro a centímetro de nuestro cuerpo, como el primer beso, como el primer roce, como el primer te amo.

He sentido el estómago retorcerse, los ojos humedecerse, las manos sudar, la sonrisa intacta, he tenido la mirada perdida en otra, he corrido para sentir un cálido abrazo, me he acurrucado en bellos pliegues y me he sonrojado con agudas palabras y he caído en cuenta de que el gozo me traspasa, me libera, me esperanza.

Me aferro a la vida, aunque podría morir en este instante, me aferro a las sonrisas, esas que calan en mi corazón y mis recuerdos.
Sonrisas, algunas pequeñas, sumisas, complicadas, otras gigantes, con dientes de sobra, con bigote, barba, con comida, con dientes ínfimos, sonrisas sin dientes. Simplemente sonrisas.

Me aferro a los abrazos, esos que me calman cuando quiero escapar, esos que me logran hacer callar y que me contienen en mis desesperados intentos por sobrellevar mis días, abrazos pequeños colgando de mi cuello, abrazos abasalladores que me hacen desaparecer, a los abrazos de mi padre, aunque con los años se han vuelto esquivos, a los de mi madre en los que ella se acurruca en mí, a los abrazos sinceros, llorados, sonreídos, apretados, a la distancia, perdidos, a los abrazos en la oscuridad húmeda y a esos en pleno calor con los cuerpos sudados.

Me aferro a los pasos en compañía en las tardes soleadas por los parques, pasos eternos a media noche después de unos tragos, pasos a pie descalzo por la orilla del mar a solas, solo contemplando y sintiendo la brisa en mi rostro, me aferro a los pasos metafóricos de la mano con otros, avanzando procesos, sorteando etapas, destruyendo murallas; a esos pasos que me llevan lejos, muy lejos. Pasos para escapar del dolor, de la soledad, pasos y más pasos.

Me aferro a mis palabras, a mis letras, a mi música, a todo lo que hago mío para trascender, para perpetuarme, para quedarme en algún lugar, me aferro a todo aquello que puedo hacer mío en silencio.

Me aferro al silencio, ese del que escapo, pero a ese que recurro cuando mis palabras se agotan y cuando mi voz no tiene sentido, me aferro al ruido del aire, de la naturaleza, de la calle, de los otros, que se entromete por mis oídos para crear cuadros en mi imaginación.

Me aferro al día a día con su tortuosa monotonía, con su ir y venir de vidas a mi alrededor, de miradas tristes y agotadas, de gritos, empujones, tristezas solapadas, alegrías encubiertas.

Me aferro a mis lágrimas, una a una callendo por mi mejilla, rodeando mi rostro para caer en mis labios, me aferro a mi dolor, ese que transgrede la idea de ser feliz, pero que me encanta, me moviliza, me da sentido.

Me aferro y me desligo. Hoy podría morir aferrada a mis lágrimas, inventando lugares, corriendo lejos con mi imaginación y sabiendo que hay un sitio donde puedo ser feliz...

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